miércoles, 27 de enero de 2010

La niña de Guatemala

Quiero, a la sombra de un ala,

contar este cuento en flor:
la niña de Guatemala,
la que se murió de amor.

Eran de lirios los ramos;
y las orlas de reseda
y de jazmín; la enterramos
en una caja de seda...

Ella dio al desmemoriado
una almohadilla de olor;
él volvió, volvió casado;
ella se murió de amor.

Iban cargándola en andas
obispos y embajadores;
detrás iba el pueblo en tandas,
todo cargado de flores...

Ella, por volverlo a ver,
salió a verlo al mirador;
él volvió con su mujer,
ella se murió de amor.

Como de bronce candente,
al beso de despedida,
era su frente —¡la frente
que más he amado en mi vida!...

Se entró de tarde en el río,
la sacó muerta el doctor;
dicen que murió de frío,
yo sé que murió de amor.

Allí, en la bóveda helada,
la pusieron en dos bancos:
besé su mano afilada,
besé sus zapatos blancos.

Callado, al oscurecer,
me llamó el enterrador;
nunca más he vuelto a ver
a la que murió de amor.

Jose Marti



Martí. Amó y fue amado. Espíritus pudibundos hay que tratan de ocultar esta faceta de su existencia como si le rebajase en algo la estatura patriótica el hecho de haber sentido en virtud de su sangre ardorosa, amor por una y otra mujer. Tuvo sus idilios en España; sintió pasión avasalladora en México donde conoció también a la que haría de ser su esposa; halló el amor puro y espiritual en la niña de Guatemala; tuvo en Carmen Miyares el remanso de los últimos años y abrevó momentáneamente su sed de amor lo mismo en la breve estancia en Southampton que en el viaje a pie por los caminos de Guatemala. Y no es que fuera un picaflor ni un tenorio. Halló siempre consuelo en la mujer, tanto que en otro de sus versos pudo autocalificarse de “gran descubridor” por haber hallado “la medicina de amor”.



Quiero a la sombra de un ala,
Contar este cuento en flor:
La niña de Guatemala,
La que se murió de amor.


Nuestro Apóstol encontró en Guatemala el más grande amor de su vida. Y lo que fue peor, María García Granados vio de inmediato en el cubano peregrino, el príncipe azul de sus ensueños de adolescente. Sin embargo, aquel encuentro que podía haber sido para ellos el inicio de una vida todo amor fue por el contrario, el principio de una gran tragedia. El poeta había dejado empeñada su palabra en México y allá fue más tarde a desposar a Carmen Zayas Bazán. La naturaleza frágil de la hija del general García Granados no soporto aquel golpe y María se doblo como una flor abatida por el viento. “Dicen que murió de frío, yo se que murió de amor” habría de cantar después el poeta en su tierna composición dedicada a su niña, la dulce María, cuyo nombre habría de llevar más tarde la chiquilla queridísima, en que fructifico otro gran amor de su vida. (Foto de M. G. G. tomada de “Mujeres -de Martí” por G. de Quesada).

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